Tenía que comprar casi todo para mi nuevo piso. A "ellas" esto le haría una tremenda ilusión pero a mi me carga soberanamente.
Un amigo me habló de Almacenes Florencio. Al parecer es el sitio más barato para comprar el montón de gilipolleces que se necesitan en una casa.
Almacenes Florencio está en el sótano de una nave de un polígono industrial. Aparqué el coche como pude y allá me fui. Bajé una rampa como de garaje, dejando a mano izquierda una zona acristalada llena de "delicatessen": jarrones que imitan porcelana china o francesa, pajaritos de cristal, lámparas llenas de colgantes....Todo en un peligroso equilibrio.
Al lllegar abajo no vi a nadie. En cuanto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y dejé de estornudar por la cantidad de polvo acumulado, localicé a mi derecha estupendas cosas útiles: maceteros de barro de tres metros de diámetro, enanos de jardín para hacer colección, flores de plástico tipo nicho de cementerio y tumbonas de color marrón.
Abandoné la zona de jardín y me fui hacia temas concretos: tenedores, cucharas, cuchillos... Estaba ensimismado y pringado de polvo hasta las cejas cuando se me acercó alguien por detrás. Al verla de frente me di un susto. Era una mujerona, vestida de azul marino, con el pelo cortado como un marine y un estupendo bigote negro.
Le expliqué lo que necesitaba. Me miró de arriba abajo, examinándome, y, como si de una acción militar se tratase, fue dirigiéndome para que hiciera mis compras. Bueno, más bien me vigilaba.
Me dió un transpalet para arrastrar mi carga. Tres sonrisas mías más tarde, recibidas con frialdad, y después de convencerse de que no rompería nada, de que ya llevaba bastante material, me dejó solo recorriendo las enormes estanterías.
Tengo que reconocer que me divertí revisándolo todo. Cogí una espumadera con el mango de una pieza, sin soldar, un colador de acero inoxidable, una manta de viaje -nunca tengo frío pero puede venir alguien- un cubo, una escoba, un tanque antiguo para el agua, un juego de sartenes y un portarrollos para el baño.
Fui a pagar y me sorprendió ver un cepillo de dientes de color marrón en el bote de los lápices. Miré cómo me hacía la cuenta, a mano, en un trozo de sobre usado. Cogió tres bolsas de un super y las llenó con mis cosas.
"Son 225 euros y sólo admito efectivo", me dijo, lacónicamente. A punto estuve de cuadrarme. Saqué la cartera- ya me habían advertido del sistema- y pagué. Contó el dinero y llamó a su réplica en masculino y joven para que me ayudase con las bolsas. Y, al despedirse, sonrió. Sí, sonrió. Y, de repente, me gustó.
"Volveré", le dije, ni siquiera sé porqué.
martes, marzo 21, 2006
Almacenes Florencio
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4 comentarios:
Vaya...!! te has vuelto a enamorar!!!
Eres facilón, facilón. Qué te ha enamorado? la mujerona o el parecido del almacén con tú casa, en la limpieza, me refiero.
Sois unos cachondos. No me he enamorado, se parece a mi padre!!!
Tio, conozco tres hermanas que trabajan en una ferreteria y se parecen a tu descripción. Si te va ese rollo, te doy la dirección. Como ferreteras son francamente eficientes. Tu verás.
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